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26 julio 2024

Poderes hegemónicos frente al derecho internacional; la necesidad de romper el ciclo interminable de impunidad

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Desde la creación de la ONU tras la Segunda Guerra Mundial, la subordinación del derecho internacional a los intereses de Occidente liderado por los Estados Unidos ha demostrado ampliamente la incapacidad de este mecanismo para resolver disputas entre Estados, garantizar el desarrollo global y preservar la paz mundial. Sirviendo única y exclusivamente para el sufrimiento de una parte de la población mundial.

Frente al desolador panorama que asola la actualidad informativa con las masacres diarias que comete Israel en Palestina ante una pasividad pasmosa de la comunidad internacional, con el beneplácito de los EE.UU a todas y cada una de las fechorías del ejército israelí, huelga preguntarse si realmente el derecho internacional y más concretamente la ONU y su Consejo de Seguridad sirven para algo. Una conclusión a la que ha llegado también su Secretario General, António Gutérres, quien denunció durante la 78ª Asamblea General de la ONU que »los problemas no se pueden resolver con instituciones que no reflejan el mundo» añadiendo certeramente que »En lugar de resolver el problema, corren el riesgo de convertirse en parte del problema. Hay muchos intereses y agendas contrapuestos. La alternativa a la reforma no es el statu quo. La alternativa a la reforma es una mayor fragmentación. Es reforma o ruptura.»

A este respecto, las palabras que pronunció el líder de Hezbolá, Hassán Nasralá, en uno de sus discursos el pasado Enero, contienen una verdad alarmante para nuestro futuro: »Lo que ocurrió en Gaza ha demostrado que la comunidad internacional y el derecho internacional no pueden proteger a las poblaciones. No pueden proteger a nadie. Son vuestra fuerza y vuestros misiles los que os protegen.»

¿Habrían obtenido Argelia y Vietnam su independencia o Sudáfrica habría abolido el régimen de apartheid sin lucha armada? ¿Habrían lanzado Estados Unidos dos bombas atómicas sobre Japón sin la seguridad de que nunca tendrían que rendir cuentas? ¿Continuaría Marruecos ocupando el Sáhara Occidental y cometiendo las más abyectas violaciones de derechos humanos contra los saharauis sino fuera por el apoyo continuado de Occidente? ¿Se habrían involucrado Taipei, Seúl, Tokio y Manila en el Mar de China Meridional si Washington hubiera cumplido sus compromisos escritos con Beijing y el espíritu de la Carta de las Naciones Unidas? ¿Incitaría hoy Estados Unidos a la limpieza étnica en los territorios palestinos y el este del Congo, proporcionando armas letales a Israel en un caso y a las milicias ruandesas en el otro? ¿Por qué Washington no se ve obligado a anteponer el derecho internacional a su codicia geopolítica y sus ambiciones hegemónicas?

«Estados Unidos es indiferente ante las exigencias de una reforma de la ONU

Durante años, las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU han estado a merced, por no decir en línea, de los intereses geopolíticos y las ambiciones hegemónicas de Estados Unidos. Hasta tal punto que el derecho de veto se considera ahora como una luz verde que permite a Washington y sus estados satélites estar por encima de la ley, mientras priva a otros estados de sus derechos fundamentales que se supone les garantiza la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de Derechos Humanos. Por lo tanto, la mayoría de los líderes del Sur Global piden incansablemente una reforma del Consejo de Seguridad de la ONU.

Sin embargo, a pesar de las protestas de la comunidad internacional, Washington se ha propuesto congelar el status quo en Naciones Unidas, lo que tácitamente le permite legitimar el recurso a la ley del más fuerte, es decir la suya propia, bajo el paraguas del mal-llamado “orden internacional basado en normas”, que se podría llamar perfectamente »orden internacional basado en los EE.UU». Sin embargo, en los últimos años, ante el ascenso de las economías emergentes, el rampante fortalecimiento de los BRICS, la Iniciativa de Seguridad Global de China, la ampliación de la OCS, el reposicionamiento y expansión de Rusia en África, entre otros hechos, Washington parece haber comprendido que la transición hacia una nueva arquitectura global no se puede detener.

En un intento de frenar esta dinámica de cambio, que perciben como desfavorable a sus ambiciones hegemónicas, Estados Unidos favorece ahora abiertamente la destrucción de las Naciones Unidas en detrimento de su reforma. Asimismo, la decisión unilateral de Rusia de frenar la continua expansión de la OTAN en sus fronteras, el ataque de Hamás el 7 de octubre, el restallido de la guerra del Sáhara Occidental, la expulsión de Francia del Sahel surgen del estrepitoso fracaso del orden internacional occidental liderado por Washington.

Así, para garantizar la prevalencia de su “orden internacional basado en normas”, o ley de la jungla, la administración Biden ha optado por desacreditar el trabajo de los organismos de la ONU, a través de campañas mediáticas internacionales acusatorias (medidas similares fueron tomadas por la administración Trump, que se retiró del Consejo de Derechos Humanos de la ONU en 2018). El ejemplo más reciente del ataque estadounidense a la ONU es la decisión de retener fondos de la UNRWA. Esta decisión se tomó en medio del sangriento ataque israelí a Gaza y la limpieza étnica meticulosamente organizada de la población palestina, con interminables desplazamientos de población y la intención deliberada de matar de hambre y deshumanizar a los palestinos. Eso sin mencionar las masacres de la población civil y la propagación de enfermedades. En otras palabras, los palestinos están pagando con su carne el cínico plan de Estados Unidos de expandir aún más el territorio israelí –en violación del derecho internacional– y así aumentar la influencia de Washington en Medio Oriente.

«El comportamiento de Washington supone un riesgo para la supervivencia de la humanidad

En este contexto, ¿Qué alternativa al derecho internacional puede haber para las naciones y los pueblos privados de libre determinación y soberanía, presas del saqueo de sus recursos y de la violación de su derecho a la libertad, su derecho a la seguridad, su derecho al desarrollo y su derecho a la vida?

Ciertamente, el derecho internacional obtiene su autoridad de los acuerdos entre Estados, por muy antiguos que sean, y como tal sigue siendo invocado por los líderes mundiales como el único medio civilizado y legítimo para resolver disputas y evitar conflictos. Este derecho internacional refleja, en cualquier caso, un consenso global sobre la necesidad de seguir reglas comunes para protegernos contra la ley de la jungla propugnada por la administración estadounidense, que pone en peligro la supervivencia misma de la humanidad. Pese a ello, esto ha adquirido proporciones espantosas en el caso de los palestinos.

Hasta ahora, Washington no parece dispuesto a participar en el diseño de una nueva arquitectura internacional, ni a obedecer las reglas, antiguas o nuevas. En cualquier caso, los países del Sur tienen la responsabilidad de apoyarse mutuamente para contrarrestar la violencia anárquica de las potencias hegemónicas. Las crisis globales han llegado a un punto crítico en el que no queda más remedio que reinventar un orden internacional que respete la vida y la dignidad humanas.

Después de todo, los países del Sur, que representan casi las tres cuartas partes de la población mundial, no se decidirán ni a desaparecer ni a renunciar a su derecho a la vida para permitir que las instituciones financieras y el complejo militar-industrial estadounidense satisfagan una codicia insaciable con consecuencias devastadoras.

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