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28 diciembre 2025

Somalia y la República Saharaui frente a la política de desestabilización israelí en África

● El giro de Netanyahu, pone el acento en los intentos de desestabilización y presión que distintos países africanos atribuyen a la política israelí en África.

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Madrid (ECS).— El reciente posicionamiento de Somalia, reiterado el 7 de diciembre, reafirma una vez más el compromiso de Mogadiscio con la legalidad internacional y su rechazo a cualquier reconocimiento de la ocupación marroquí de territorios pertenecientes a la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). Esta postura no es un hecho aislado, sino que se encaja en un contexto regional marcado por crecientes maniobras de presión diplomática y política atribuidas al Estado de Israel en el continente africano.

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Instrumentalización de conflictos territoriales africanos

Según el periodista y analista saharaui, Bachir Mohamed Lehsan, Israel estaría utilizando los conflictos territoriales no resueltos en África como herramientas de «chantaje político, una práctica que, de confirmarse, supone una grave injerencia en la soberanía de los Estados africanos».

En el caso del Sáhara Occidental, Israel habría amenazado con reconocer el estatuto internacional de ese territorio reconocido por la ONU, como mecanismo de presión, para forzar a Rabat a adherirse a los llamados Acuerdos de Abraham, normalizando relaciones diplomáticas con Tel Aviv. Esta estrategia convierte un conflicto de descolonización —reconocido por la ONU— en una moneda de cambio geopolítica.

Posteriormente, según el experto saharaui, esta lógica de presión se habría trasladado a Somalia, amenazándola con reconocer la independencia de “Somalilandia”, una región separatista cuya secesión no ha sido reconocida por la comunidad internacional. El objetivo habría sido forzar al gobierno somalí a aceptar planes vinculados al traslado forzoso de población palestina de Gaza, en un contexto de guerra, genocidio y crisis humanitaria.

Caos estratégico y fragmentación como método

Este tipo de actuaciones encajan en lo que numerosos analistas africanos describen como una política de “caos controlado”: fomentar o explotar fracturas internas, conflictos latentes y disputas territoriales para obtener ventajas diplomáticas, militares o estratégicas.

África, debido a su historia colonial, sus fronteras y la fragilidad institucional de algunos Estados, se convierte en un terreno especialmente vulnerable a este tipo de maniobras. El reconocimiento selectivo de entidades separatistas —como Somalilandia— no busca estabilidad, sino presión política, aun a costa de generar mayor fragmentación, inseguridad y conflicto regional.

El rechazo firme de Somalia a estas presiones ha sido interpretado por analistas locales como una defensa de la dignidad nacional y de los principios del derecho internacional, en contraste con otros países que, bajo presión o por cálculo político, han aceptado acuerdos condicionados. “Somalia es un país orgulloso que se aferra a sus principios», refleja una percepción extendida de que algunos Estados africanos están siendo castigados por mantener posiciones soberanas, mientras otros son recompensados por alinearse con intereses externos.

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Silencio cómplice y doble rasero internacional

Resulta particularmente llamativo que, mientras gran parte de la comunidad internacional condenó cualquier reconocimiento unilateral de Somalilandia por parte de Israel, los países árabes que han normalizado relaciones con Tel Aviv guardaron silencio ante estas amenazas directas a la unidad territorial de Somalia.

Este doble rasero refuerza la percepción de que la política israelí en África no busca alianzas basadas en cooperación genuina, sino lealtades forzadas mediante presión, chantaje y aprovechamiento del caos estructural del continente. Lejos de promover estabilidad, las políticas descritas contribuyen a profundizar tensiones, debilitar Estados y reactivar conflictos congelados, lo que supone un riesgo serio para la paz regional en África. Somalia y la República Saharaui aparecen así no solo como actores directamente afectados, sino como símbolos de resistencia frente a una diplomacia basada en la coerción.

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