Los gobiernos del Sahel, que han denunciado la influencia de Francia y el neocolonialismo, ahora se acercan a Marruecos, un régimen que mantiene relaciones estrechas con Francia, potencia históricamente dominante en la región.
Por Ana Stella (@Anaqtella)
Madrid (ECS).- La decisión de Burkina Faso, Malí y Níger de unirse al corredor logístico impulsado por Marruecos no es solo una apuesta económica: es una traición política. A cambio de tarifas preferenciales y acceso a puertos, estos gobiernos se alinean con Rabat, validando de facto su control sobre el Sáhara Occidental y legitimando la ocupación de un pueblo africano cuya autodeterminación debería ser una causa común de liberación y solidaridad.
Durante su visita a Rabat, los ministros de la Confederación del Sahel (AES) no escatimaron elogios a la “visión solidaria” del rey Mohamed VI, ignorando que Marruecos mantiene estrechas relaciones no solo con Israel y Estados Unidos, sino también con Francia, potencia colonial cuyo legado aún pesa sobre la región. Esta alianza con Marruecos reintroduce la influencia franco-marroquí en el Sahel por la puerta trasera, justo cuando estos países decían buscar romper con las estructuras neocoloniales.
Al abrazar este proyecto, Burkina Faso, Malí y Níger se subordinan a una red geopolítica que combina los intereses de Marruecos, Francia, Israel y EE.UU., mientras dan la espalda a Argelia, país que los apoyó política, militar y económicamente en sus momentos más críticos. Optan por una alianza que no une África, sino que profundiza las divisiones y normaliza las jerarquías dentro del continente.
Marruecos es un aliado clave de EE.UU. e Israel, actores que muchos movimientos panafricanistas consideran imperialistas.