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02 mayo 2025

La AES, que ha denunciado la influencia de Francia y el neocolonialismo, ahora se acerca a Marruecos

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Los gobiernos del Sahel, que han denunciado la influencia de Francia y el neocolonialismo, ahora se acercan a Marruecos, un régimen que mantiene relaciones estrechas con Francia, potencia históricamente dominante en la región.

Por Ana Stella (@Anaqtella)

    Madrid (ECS).- La decisión de Burkina Faso, Malí y Níger de unirse al corredor logístico impulsado por Marruecos no es solo una apuesta económica: es una traición política. A cambio de tarifas preferenciales y acceso a puertos, estos gobiernos se alinean con Rabat, validando de facto su control sobre el Sáhara Occidental y legitimando la ocupación de un pueblo africano cuya autodeterminación debería ser una causa común de liberación y solidaridad.

     Durante su visita a Rabat, los ministros de la Confederación del Sahel (AES) no escatimaron elogios a la “visión solidaria” del rey Mohamed VI, ignorando que Marruecos mantiene estrechas relaciones no solo con Israel y Estados Unidos, sino también con Francia, potencia colonial cuyo legado aún pesa sobre la región. Esta alianza con Marruecos reintroduce la influencia franco-marroquí en el Sahel por la puerta trasera, justo cuando estos países decían buscar romper con las estructuras neocoloniales.

    Al abrazar este proyecto, Burkina Faso, Malí y Níger se subordinan a una red geopolítica que combina los intereses de Marruecos, Francia, Israel y EE.UU., mientras dan la espalda a Argelia, país que los apoyó política, militar y económicamente en sus momentos más críticos. Optan por una alianza que no une África, sino que profundiza las divisiones y normaliza las jerarquías dentro del continente.

Marruecos es un aliado clave de EE.UU. e Israel, actores que muchos movimientos panafricanistas consideran imperialistas.

    Económicamente, la dependencia de infraestructuras, puertos y rutas controladas por Marruecos crea una nueva forma de subordinación estructural, limitando su autonomía logística y comercial a largo plazo. Lo que hoy parece una ventaja económica, mañana será una herramienta de presión política de Rabat sobre los gobiernos del Sahel.

    A nivel de seguridad, el proyecto atraviesa regiones inestables, con presencia de grupos armados yihadistas y el grupo Wagner operando en el Sahel, exponiendo la infraestructura a riesgos crecientes y a posibles ataques en un contexto regional cada vez más volátil.

    El discurso de soberanía y panafricanismo queda vacío cuando, en la práctica, se legitima la ocupación de otro pueblo africano y se entrega la independencia económica a los intereses de una potencia que combina alianzas con Francia, Israel y Estados Unidos. Esta alianza no construye una África libre: consolida un mapa de dependencias políticas y económicas disfrazadas de integración.

   En nombre de la “integración económica”, estos gobiernos han vendido su coherencia, han traicionado la solidaridad africana y han hipotecado su autonomía.

    El precio de esta alianza no se pagará solo en términos logísticos: se pagará en credibilidad, autonomía y legitimidad histórica ante sus propios pueblos.

¿Quién realmente gana?

    El corredor atravesará zonas inestables, con presencia de grupos yihadistas (como Jama’at Nusrat al-Islam wal-Muslimin) o los mercenarios de Wagner (vinculados a intereses rusos). Marruecos no asumirá los costes de proteger estas rutas: la carga recaerá sobre los frágiles ejércitos del Sahel, mientras Rabat cosecha los beneficios económicos.

    Argelia ha sido un socio histórico del Sahel, apoyándolo militar y económicamente frente al terrorismo y la inestabilidad. Ahora, estos gobiernos prefieren aliarse con su rival regional, debilitando la unidad africana y profundizando divisiones.

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