Por Ana Stella
El Sáhara Occidental es el centro de gravedad que determina el equilibrio de poder en el Magreb. No es una cuestión simbólica ni un conflicto lejano: es el factor que define quién controla el Estrecho, quién influye en la seguridad del Mediterráneo occidental y quién puede condicionar a España en su frontera sur.
Desde el punto de vista jurídico, la situación es clara:
– Naciones Unidas no reconoce soberanía marroquí sobre el Sáhara.
– La Corte Internacional de Justicia afirmó que no existen vínculos de soberanía territorial entre Marruecos y el territorio.
– La MINURSO sigue desplegada porque la descolonización no ha concluido.
Marruecos conoce este límite legal y, por eso, no basa su estrategia en el derecho, sino en la fabricación de hechos consumados mediante alianzas militares, diplomáticas y económicas que generen la impresión de irreversibilidad. Su objetivo es convertir una ocupación ilegal en una realidad políticamente aceptada.
Los Acuerdos de Abraham: territorialidad a cambio de reconocimiento
La adhesión de Marruecos a los Acuerdos de Abraham en 2020 no fue un movimiento ideológico. Fue una transacción:
– Marruecos normaliza relaciones con Israel.
– Estados Unidos reconoce políticamente la supuesta “marroquinidad” del Sáhara.
– Este reconocimiento no tiene validez jurídica internacional.
Pero sí tiene efectos prácticos:
– Refuerza la narrativa interna de “victoria”.
– Proporciona cobertura diplomática.
– Abre acceso a cooperación militar de alto nivel.
– La cooperación es operativa, no simbólica:
– Drones israelíes desplegados en el muro.
– Sistemas ISR integrados en el desierto.
– Entrenamiento militar conjunto en escenarios áridos.
Tánger, nodo estratégico del Estrecho, ha pasado a ser una pieza de interés para Washington y Tel Aviv. Esto impacta directamente la soberanía española en el Mediterráneo occidental.
Estados Unidos y el control del Estrecho
La activación de la Hoja de Ruta 2020–2030 y la implicación de AFRICOM consolidan el bloque EE. UU.–Marruecos. Para Washington, Rabat cumple tres funciones:
1. Controlar el Estrecho en un contexto de rivalidad global.
2. Proyectarse hacia el Sahel, donde actores como Rusia y grupos armados están ganando espacio.
3. Equilibrar a Argelia, aliada estratégica de Rusia e Irán.
Para Marruecos, esta alianza supone:
– Escudo diplomático occidental.
– Modernización acelerada del armamento.
– Legitimación indirecta de la ocupación del Sáhara.
– La legalidad no cambia. La correlación de fuerzas, sí.
Turquía y Emiratos: influencia sin bandera
La instalación de Baykar / Atlas Defense en Ben Slimane no supone autonomía militar marroquí, sino dependencia tecnológica:
Software turco.
Comunicaciones turcas.
Sensores turcos.
Marruecos opera plataformas, pero no controla sus claves internas.
Turquía gana influencia militar en el Magreb y el Sahel.
Por su parte, Emiratos Árabes Unidos no busca territorio:
busca infraestructura y corredores logísticos.
Gobierna mediante apalancamiento, no ocupación.
Argelia contrapone este escenario con:
– Autonomía energética y militar.
– Alianza con Rusia.
– Defensa firme del derecho de autodeterminación saharaui.
– El resultado no es negociación.
– Es equilibrio estratégico.
La economía marroquí: expansión sin autonomía
La ampliación de Renault hasta 2030 se presenta como industrialización.
Pero la gobernanza sigue estando fuera de Marruecos:
Decisiones estratégicas en París.
Tecnología europea.
Marruecos ensambla, no diseña ni controla.
Incluso el futuro eléctrico depende de minerales, baterías y energía que Rabat no produce.
Existe crecimiento.
No existe soberanía industrial.
Renovación de la misión de la ONU para referéndum en el Sáhara Occidental un año más