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18 mayo 2025

Sánchez y Mohamed VI: sendos discursos de «paz», pactos con el ocupante

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La historia no olvidará a los que aplaudieron mientras ardía Gaza. Y Marruecos, si sigue este camino, estará entre ellos. Y España, también.



Por Ana Stella (@anaqtella)

    Madrid (ECS).- En la reciente cumbre de la Liga Árabe en Bagdad, el rey de Marruecos Mohamed VI, a través de su ministro Nasser Bourita, pronunció un discurso en el que llamó a una “hoja de ruta árabe para la paz en Palestina”. Palabras cargadas de emoción, diplomacia y supuesta solidaridad …, que contrastan brutalmente con la realidad de las acciones del propio régimen marroquí. Porque mientras en Bagdad se hablaba de justicia para los palestinos, en Marruecos se siguen firmando acuerdos con su verdugo: Israel.

    La hipocresía es tan flagrante que raya en la burla. Marruecos no solo normalizó relaciones con Israel en 2020 bajo los llamados Acuerdos de Abraham; lleva décadas colaborando con el aparato sionista. Esta no es una traición nueva. Ya en los años 60, el difunto rey Hassan II —padre de Mohamed VI— colaboraba con el Mossad, facilitando al espionaje israelí información crucial sobre los ejércitos árabes, como en la famosa cumbre de Casablanca de 1965. Esa traición fue clave para que Israel obtuviera ventaja en la Guerra de los Seis Días. Desde entonces, la línea de sumisión marroquí se ha mantenido firme, aunque envuelta en un discurso árabe de “solidaridad”.

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    Hoy, esa colaboración no solo continúa, sino que se intensifica. Marruecos permite que empresas de armas israelíes operen en su territorio, fabrica y compra drones, sistemas de vigilancia y tecnología represiva a un Estado que está cometiendo crímenes de guerra diarios contra civiles palestinos. Se ha documentado la presencia de representantes militares israelíes en Marruecos, y se entrena a soldados marroquíes bajo la doctrina del ejército israelí, que actúa con impunidad en Gaza y Cisjordania. Además, barcos cargados de armas han salido de puertos marroquíes con destino a Israel. Esto es complicidad directa.

     Y no solo los palestinos sufren las consecuencias de esta alianza. Las mismas armas israelíes adquiridas por Marruecos se utilizan también para reprimir al pueblo saharaui en el Sáhara Occidental, perpetuando una ocupación que, al igual que la israelí, se basa en el despojo, la represión y la negación del derecho a la autodeterminación. Palestina y el Sáhara Occidental están conectados por la misma lógica colonial, y Marruecos ha elegido estar del lado del opresor en ambos frentes.

    Durante la misma cumbre de Bagdad, Nasser Bourita anunció la reapertura de la embajada marroquí en Siria, cerrada desde 2012. Este gesto no es un simple movimiento diplomático: es parte de una estrategia regional más amplia, donde Marruecos, como otros actores árabes, se alinea cada vez más con grupos y estructuras que han sido cómplices de la fragmentación de Siria. Al integrarse en este tablero, el régimen marroquí se acerca de facto al campo que respalda a figuras como Abu Mohamad al-Julani, líder de Hayat Tahrir al-Sham, un yihadista con sangre en las manos, reciclado en socio “tolerable” por ciertas potencias. Es el mismo bando que ha participado —directa o indirectamente— en masacres contra minorías sirias: cristianos, alauitas, chiítas, drusos, yazidíes… comunidades que han sido objetivo de campañas de exterminio, desplazamiento y terror. Marruecos, lejos de actuar con principios, se acomoda en ese eje de intereses oscuros y sangrientos.

    Y mientras tanto, en sus medios y en los foros árabes, el régimen intenta mantener la fachada: un discurso cuidadosamente fabricado para calmar la indignación popular, mayoritariamente solidaria con Palestina. Pero la verdad es que el palacio habla una lengua para sus ciudadanos… y otra muy distinta en sus acuerdos secretos y comerciales. Se negocia con el opresor, se colabora con el ocupante, se lucra con la sangre.

    La cumbre de Bagdad fue, una vez más, teatro político. Marruecos no defiende a Palestina: la utiliza. La causa palestina es instrumentalizada para mantener una imagen panárabe, mientras en los despachos se cierra filas con quienes asesinan niños, destruyen hospitales y violan sistemáticamente el derecho internacional.

    Y esta hipocresía no es exclusiva de Marruecos. También se extiende a sus aliados europeos. El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, se ha mostrado en las últimas semanas como uno de los líderes europeos más vocales en la denuncia de la ofensiva israelí en Gaza. Ha hablado de derechos humanos, de la necesidad de una solución justa para Palestina, e incluso ha provocado tensiones diplomáticas con Israel. Pero ese mismo Sánchez, en 2022, envió una carta al rey Mohamed VI en la que calificaba el plan de autonomía marroquí para el Sáhara Occidental como “la base más seria, creíble y realista” para resolver el conflicto. Aunque esa carta no reconocía formalmente la soberanía marroquí, tuvo un valor político inmenso: fue una concesión propagandística que rompió con la histórica neutralidad de España y sirvió para contentar al régimen alauita, debilitando aún más al pueblo saharaui.

    No fue una decisión basada en principios, sino en intereses: desactivar tensiones con Marruecos, garantizar colaboración migratoria y preservar relaciones comerciales. Mientras tanto, el gobierno español ha seguido comprando armamento a empresas israelíes, incluso durante las masacres en Gaza, financiando con dinero público a un régimen que comete crímenes de guerra en vivo y en directo. El discurso de Sánchez sobre Palestina se convierte así en un acto vacío, incompatible con sus acciones. Habla de legalidad internacional en Gaza, pero la ignora en El Aaiún. Condena el apartheid israelí, pero fortalece la ocupación marroquí.

    El régimen marroquí no está siendo ambiguo: está siendo traidor. Y no solo al pueblo palestino, sino también al saharaui, al sirio, a las minorías perseguidas, y al suyo propio, al que se le miente en la cara, al que se le niega la verdad, y al que se le obliga a ser cómplice de un crimen histórico bajo la máscara de la diplomacia. La historia no olvidará a los que aplaudieron mientras ardía Gaza. Y Marruecos, si sigue este camino, estará entre ellos. Y España, también.

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