✍️ Ahmed Omar
La reciente incautación de tres toneladas de resina de cannabis en el puerto de Casablanca, destinadas a Bélgica a través de empresas pantalla como Unimer Group, revela una verdad incómoda: Marruecos, el mayor productor de hachís del mundo, continúa siendo un actor clave en la exportación masiva de droga a Europa. Este no es un caso aislado; es la punta de un iceberg que ha infiltrado las instituciones políticas del continente y amenaza su independencia.
Marruecos y el narcotráfico: un problema sistémico
Según informes de la ONU, Marruecos produce cerca del 70% de la resina de cannabis mundial, con rutas de tráfico que atraviesan España y Bélgica como principales puertas de entrada al mercado europeo. El puerto de Amberes, en Bruselas, se ha convertido en un epicentro del contrabando, donde cada año toneladas de droga cruzan las fronteras ocultas en contenedores de supuestos productos legales, como conservas o harina de pescado.
La red marroquí no es solo una maquinaria delictiva; su objetivo es mucho más ambicioso. A través de los beneficios del narcotráfico, Rabat ha construido un sistema paralelo que financia operaciones de presión diplomática, sobornos y chantajes a figuras políticas europeas.
Moroccogate: Europa comprada con dinero de droga
El escándalo ‘Moroccogate’, que sacudió al Parlamento Europeo, expuso las conexiones peligrosas entre el régimen marroquí y políticos europeos. Sobornos y maletas de dinero circulaban entre bastidores para ganar apoyos en cuestiones claves como la ocupación ilegal del Sáhara Occidental o los acuerdos comerciales. Marruecos no solo compra influencia; utiliza el dinero del narcotráfico para corromper y chantajear a políticos, debilitando así las decisiones soberanas de Europa.
El Parlamento Europeo, mientras declara luchar contra la corrupción, ha visto cómo sus cimientos tiemblan. Bélgica, que acoge las instituciones europeas, paradójicamente se ha convertido en una víctima y cómplice a la vez: víctima porque su puerto es una puerta de entrada, cómplice porque la corrupción sistémica facilita estas operaciones ilícitas.
Un silencio cómplice
¿Por qué Bruselas, epicentro de las decisiones europeas, permite que Marruecos exporte droga y corrupción con tanta impunidad? La respuesta es doble: miedo e intereses económicos. Los países europeos, dependientes de Marruecos en temas como migración o comercio, prefieren mirar hacia otro lado mientras toneladas de droga destruyen a generaciones enteras.
Mientras tanto, las empresas fachada, como las mencionadas en este último caso (Unimer Group), continúan operando con total normalidad, enmascarando cargamentos de hachís como harina de pescado o productos agroindustriales.
Europa: entre la seguridad y la decadencia
Europa enfrenta una disyuntiva crítica. Permitir que Marruecos continúe utilizando el narcotráfico para financiar su agenda política no solo destruye su credibilidad, sino que pone en peligro la seguridad de millones de ciudadanos europeos. Bruselas, el símbolo de la libertad y la democracia, está bajo asedio: asedio del narcotráfico, de la corrupción y de un régimen que usa la droga como moneda de presión diplomática.
El silencio cómplice de las instituciones europeas y la tolerancia hacia Marruecos son una traición a los principios de libertad e independencia política. Europa debe actuar con firmeza, revisar sus acuerdos con Marruecos, sancionar las empresas involucradas y exigir transparencia absoluta en el comercio.
No es solo una cuestión de drogas; es una cuestión de soberanía, dignidad y justicia. Si Europa no despierta, pronto el dinero del narcotráfico controlará más que sus puertos: controlará sus políticas, sus instituciones y, en última instancia, su futuro.
La impunidad de Marruecos no solo está manchada de droga, sino también de corrupción y chantaje. Europa debe decidir si enfrentará este problema con valentía o si seguirá siendo rehén de un narcoestado diplomático.
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