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04 noviembre 2024

Francia se aventuró descalza sobre las ardientes arenas del Sáhara Occidental

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Entre la geopolítica y la ilegalidad; Francia y su posición candente en el Sáhara Occidental

✍️ Lehbib Abdelhay

En el desierto del Sáhara Occidental la arena no sólo está quemada por el sol, sino también por las tensiones geopolíticas que han seguido y siguen inflamando la región durante décadas. Sin tener en cuenta la naturaleza jurídica del conflicto saharaui, Francia se aventuró descalza sobre las ardientes arenas del Sáhara Occidental, mostrando los límites de su diplomacia, atrapada entre intereses inmediatos y las lecciones de un pasado colonial que todavía le cuesta interiorizar y aceptar.

Entre Marruecos, Argelia y las demandas de autodeterminación del pueblo saharaui, Francia intenta encontrar su camino, pero cada paso que da se arriesga a quemarse. El reciente anuncio de Emmanuel Macron de su apoyo al plan de autonomía marroquí para las ciudades saharauis ocupadas por Marruecos marcó un punto de inflexión que sigue dando lugar a debates y, a veces, a malentendidos que ignoran, deliberada o inadvertidamente, la naturaleza jurídica de un conflicto de autodeterminación. ¿Por qué se da ahora el apoyo y no antes siendo Francia un aliado de los intereses marroquíes en el Sáhara Occidental? ¿Está reconociendo Francia que antes el Sáhara Occidental no pertenecía a Marruecos y ahora sí?

A primera vista, este reconocimiento parece pragmático; Marruecos es un aliado estratégico y es denominado su ‘satélite’, y París tiene intereses económicos y de seguridad que preservar en la región. También constituye un apoyo en la carrera por la hegemonía del Norte de África. Una muestra de apoyo arriesgada que se da en un periodo marcado por tensiones franco-marroquíes debido al espionaje marroquí a diversos ministros incluido el propio Macron, además del fallo definitivo del TJUE anulando el acuerdo de pesca y agricultura con Marruecos que incluía los territorios ocupados, lo que revela la urgencia y necesidad de este apoyo que se ha oficializado ahora pese a que París asesoró y ayudó a Marruecos a redactar el Plan de Autonomía hace 17 años.

Pero esta posición, que pretende ser un “apoyo a la estabilidad”, no es más que el retorno a políticas de doble rasero que solo consiguen antagonizar más las relaciones ya tensas. Dichas tensiones no se limitan a las realidades geopolíticas actuales; mantienen un vínculo con el pasado colonial de Francia en el norte de África. Argelia, antigua colonia francesa, recuerda con vivacidad y orgullo el sufrimiento vivido durante la colonización, y su independencia, conseguida con esfuerzo en 1962, sigue siendo una de las señas de identidad más fuertes del país.

Marruecos experimentó un protectorado menos violento, pero igual de intrusivo. Ahora Francia reconoce a los dos y les felicita en su día de independencia como uno de los mejores conocedores de su historia. Hoy, al apoyar el ilegal plan de autonomía marroquí, Francia entra en una zona donde todavía resuenan los recuerdos de aquella época colonial. Una autonomía que Francia también trató de imponer en Argelia. Esta ambivalencia histórica plantea la siguiente pregunta; ¿cómo puede Francia pretender defender los valores de la justicia y el derecho a la autodeterminación en África mientras apoya un proyecto de anexión que utiliza la misma fórmula fracasada que ellos intentaron en Argelia? 

¿Cómo considera Francia ir en contra de la posición de la Unión Africana respecto al conflicto saharaui? El apoyo de Macron tiene consecuencias directas también para Argelia, principal valedor de la estabilidad en la región y ferviente defensor de los derechos del pueblo saharaui, esta posición se percibe como una amenaza y una injerencia directa en los asuntos regionales. Una Argelia que no olvida su propio pasado colonial y su consecución de la independencia, esta postura le parece incómoda, incluso contradictoria, como si Francia no hubiera aprendido plenamente las lecciones de su historia en el norte de África.

Las relaciones entre Argelia y Francia, ya frágiles, han seguido tensándose a este respecto, y cada gesto diplomático constituye una posición explícita o implícita en el conflicto argelino-marroquí por la hegemonía del norte de África.

Francia se presenta como defensora de los derechos humanos y la justicia; por el otro, apoya la reivindicación territorial ilegal de un aliado, pese a las aspiraciones saharauis legítimas de autodeterminación. El papel de Francia en la comunidad internacional ha evidenciado que su política exterior muestra un doble rasero al aplicar el derecho internacional personalizado a los conflictos del Sáhara Occidental, Palestina y Ucrania.

Entonces, ¿qué es lo que realmente busca Francia? ¿puede y quiere mantener un equilibrio en esta región donde cada gesto es analizado y donde cada palabra puede inflamar relaciones ya frágiles? Con esta posición en sus relaciones con Argelia y Marruecos, que consiste en tratar de complacer a uno sin ofender al otro, Francia no hace más que subrayar su propio dilema y mostrar los errores en su toma de decisiones: entre construir relaciones basadas en los principios de libertad y justicia o seguir una estrategia imprudente y selectiva de intereses políticos causando más tensiones, elige la segunda, lo que la coloca en una posición delicada, dividida entre intereses estratégicos y expectativas de coherencia moral. Su elección de reconocer implícitamente la soberanía marroquí sobre ciudades de la República Saharaui parece responder a imperativos geopolíticos, pero pone de relieve inconsistencias con los determinantes de la autodeterminación que reivindica en otros lugares.

Al aventurarse en el abrasador terreno del Sáhara Occidental, Francia sin duda tendrá que reconsiderar su diplomacia basada tanto en sus valores como en sus intereses. Una política exterior marcada por una mayor coherencia, transparencia, historia y respeto por los derechos de los pueblos podría permitirle navegar con más tranquilidad en una región donde la más mínima incomodidad puede reavivar las brasas de un pasado colonial complejo y doloroso. Mientras estas contradicciones no se transiten, la diplomacia francesa seguirá caminando, descalza y cautelosa, sobre un terreno tan inestable como caliente.

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