La cuestión del Sáhara Occidental ya no puede ser abordada únicamente como un tema de descolonización pendiente. Es un frente de resistencia ideológica. La derrota de la causa saharaui equivaldría a la legitimación de este nuevo orden colonial disfrazado de modernidad. Y su defensa, por el contrario, mantiene viva la posibilidad de un Magreb libre de injerencias, fiel a su historia de liberación y soberanía.
Por Victoria G. Corera
Madrid (ECS).- El conflicto del Sáhara Occidental no puede entenderse hoy sin considerar el nuevo mapa de alianzas que está redibujando el equilibrio de fuerzas en el norte de África. Lo que antes parecía una disputa regional entre Rabat y el Frente Polisario bajo la supervisión pasiva de Naciones Unidas, se ha transformado en una pieza central de una estrategia geopolítica de mayor alcance, donde actores externos —en especial Israel— desempeñan un papel clave. La causa saharaui ya no es solo una cuestión de descolonización; es un campo de prueba de un nuevo modelo de ocupación sofisticada, que combina diplomacia, tecnología, economía y guerra híbrida.
Las similitudes con otros escenarios de ocupación no son casuales. Basta con observar lo que ocurre en Gaza y en el Sáhara Occidental para entender que se trata de una misma lógica aplicada en contextos diferentes: la ocupación prolongada, la negación de los derechos nacionales y el intento sistemático de borrar la memoria de un pueblo. En Gaza, Israel destruye barrios enteros y corta el acceso al agua; en el Sáhara Occidental, Marruecos levanta proyectos turísticos y vende recursos saharauis al extranjero. En ambos casos, el objetivo último es impedir el retorno, disolver la identidad nacional y transformar la ocupación en normalidad aceptada.
«Olvidar al Sáhara Occidental sería derribar la primera ficha de dominó de un proceso que podría extenderse más allá de sus fronteras, arrastrando con él la esencia misma del derecho de los pueblos a decidir su futuro»
El paralelismo va más allá de la táctica: también alcanza la estrategia. Marruecos persigue un viejo sueño imperial —el del Gran Marruecos, que incluiría no solo el Sáhara Occidental sino territorios argelinos y mauritanos— que recuerda inevitablemente a las fantasías del «Gran Israel» bíblico. Y esta aspiración ya no es una mera ambición solitaria: Rabat cuenta con el respaldo explícito de Israel, con quien ha sellado una alianza abierta que transforma a Marruecos en el relevo israelí y occidental en el Magreb. La monarquía marroquí ya no es simplemente una potencia regional: se ha integrado en una coalición colonial que redefine los equilibrios de África del Norte.
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