Desde hace 22 años, el control de las aguas estaba cambiando las relaciones hispano-marroquíes, desde la crisis de la isla de Perejil hasta los recientes flujos migratorios marroquíes en la frontera de Ceuta, las relaciones de los dos países se han ido incendiando.
En una serie de desavenencias entre España y Marruecos que comenzaron a finales de enero del 2020, cuando el Parlamento marroquí votó y aprobó los proyectos de ley 37.17 y 38.17 para determinar por primera vez la frontera marítima con España y Mauritania, incluidas las aguas adyacentes al Sáhara Occidental, que España consideró una interferencia con las aguas de las Islas Canarias.
Esta tensa disputa llevada en secreto por las aguas territoriales ha sido obviada deliberada o inadvertidamente de los análisis, se trata del Monte Tropic, un antiguo volcán marino ubicado a unas 250 millas al suroeste de las Islas Canarias, al oeste del Sáhara Occidental, que nace del fondo del Océano Atlántico a más de 4.000 metros de profundidad y hasta 1.100 metros de la superficie y alberga una de las mayores reservas de Telurio, además ser considerado reserva estratégica por la Unión Europea. Lo que ha despertado de nuevo, como pasó con Hassán II en 1975 con el Sáhara Occidental, la codicia y el apetito expansionista marroquí que no duda en violar el derecho internacional.
Después de que Marruecos ratificara las leyes de sus aguas territoriales, el gobierno canario mostró su rechazo y se colocó en primera línea de enfrentamiento en las relaciones entre Rabat y Madrid, que se mantenían excelentes por entonces, especialmente después de la visita del jefe del Gobierno de España y su recepción por la monarquía alauita en Rabat, donde incluso firmaron acuerdos.
Para Marruecos, Canarias supone un escollo para la demarcación de sus fronteras marítimas; incluso más que Madrid ya que el gobierno central no ha defendido con firmeza la posición de su gobierno autonómico, aunque está en línea con sus exigencias y denuncias.
A pesar de la presión marroquí sobre España, ejercida en dos ámbitos; económicamente en el norte bloqueando a Ceuta y Melilla, y políticamente inundando las islas del sur de migrantes, acompañado de una retórica diplomática desafiante que usa el Sahara como »chivo expiatorio» para canalizar su enfado.
Allá donde la acción diplomática esté contraindicada, Marruecos usa la inmigración, el terrorismo y el expediente de Ceuta y Melilla, de esta forma, pretende crear siempre un clima de confrontación para forzar posteriormente un espacio de negociación con el estado español en el que su ilegal derecho a decidir sobre las aguas saharauis sea considerado de facto como una condición dada.
Se concluye pues que para conocer las entrañas de las crisis diplomáticas entre Rabat y Madrid, hay que fijarse en el nuevo elemento que perturba las relaciones: la disputa por el Monte Tropic, los minerales que alberga y el espacio aéreo del Sahara, que se añade a la posición de España como potencia administradora en la cuestión de la descolonización del Sáhara Occidental.
Ahora, 22 años después, el control de las aguas aparece de nuevo en el horizonte como un obstáculo más en las relaciones hispano-marroquíes. El denominador común: la persistencia marroquí en violar la legitimidad internacional impunemente.
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