En los últimos meses se viene hablando, y con razón, de grandes movimientos en el ajedrez de la geopolítica mundial. Declive de Francia en África, guerra de Ucrania, crisis de Gaza, despliegue sin precedentes de Rusia en el África Subsahariana y el avance, silencioso pero eficaz, de China en las zonas del mundo donde hay recursos naturales…etc.
En medio de esta coyuntura mundial, marcada con más sombras que luces, se ha celebrado, el día 2 de marzo de 2024 en Argel, la cumbre de uno de los foros más importantes de estos tiempos, el Foro de los Países Exportadores de Gas (GECF). Sin duda alguna, todo el mundo tiene puesta la vista en los resultados del cónclave que, salvando algunas diferencias, se puede equiparar con la OPEP o la OPEP+. En el evento participaron 10 presidentes, numerosos ministros y decenas de directivos y especialistas del ramo.
Es cierto que, a diferencia de la OPEP, el foro del gas, creado en 2001 padece todavía de la falta de una estructura institucionalizada. No obstante, la inauguración del Instituto de Investigación del Gas, con sede en Argel, podría ser un paso en dicha dirección.
El foro, que alberga el 70% de la reservas confirmadas y controla el 54% de la exportaciones del gas, ha admitido a Mauritana, Mozambique y Senegal como miembros. Los 3 países tienen yacimientos de gas en vías de desarrollo. Con esta admisión ya son 15 los países miembros, sin contar los observadores.
En la declaración (Declaración de Argel) publicada al final de los trabajos del foro, los participantes han insistido sobre la estabilidad de los mercados, la necesidad de más inversiones, con el fin de mantener un ritmo de producción satisfactorio, para atender una demanda en alza que, de aquí a 2050, crecerá un 34%.
“Unas transiciones energéticas justas, equitativas, ordenadas, inclusivas y durables que tengan en cuenta las circunstancias, capacidades y prioridades nacionales”
La declaración subraya también que la industria del gas desempeñará un papel preponderante en el acompañamiento de los procesos de transiciones energéticas conforme a los objetivos del programa de desarrollo 2030 de la ONU y la agenda 2063 de la Unión Africana. “Unas transiciones energéticas justas, equitativas, ordenadas, inclusivas y durables que tengan en cuenta las circunstancias, capacidades y prioridades nacionales” reza la declaración.
Después de reafirmar “los derechos soberanos absolutos y permanentes de los estados miembros sobre sus recursos de gas”, la declaración recalca la defensa de “un precio justo que tenga en cuenta tanto los intereses de los productores como los de los consumidores”.
Como se sabe, el gas es una de la fuentes de energía, no renovables, menos contaminante y todo indica que su consumo seguirá aumentando, a medio/largo plazo, para mantener el crecimiento de la economía mundial y combatir la pobreza energética.
Paralelamente a los procesos de descubrimiento y explotación, las infraestructuras de trasporte, almacenaje, licuefacción y, por supuesto, comercialización forman las otras componentes mas importantes de la industria gasista. Nos referimos aquí a las plantas licuadoras, barcos metaneros y, sobre todo, gasoductos que son las vías mas económicas, sostenibles y seguras (exceptuando el antecedente Nord Stream) para transportar el gas.
De hecho, el diseño de un gasoducto transfronterizo lo primero que tiene que tener en cuenta son los costes, la viabilidad económica, el impacto medioambiental y social, la seguridad y el respeto del derecho internacional, es decir no traspasar las fronteras de los demás países a no ser que haya un acuerdo previo.
Abundando en este orden de ideas, se ha observado, en los últimos tiempos, que el régimen expansionista marroquí lanza, de vez en cuando, un farol destinado al consumo interno y también a engañar a aquellos, en el exterior, que desconocen sus torcidos métodos de actuar. Efectivamente, de la noche a la mañana, el sátrapa Mohamed VI y su camarilla han sacado de la chistera proyectos imaginarios como el gasoducto Nigeria-España (la España de Sánchez) o el “corredor atlántico” para supuestamente “desenclavar” a los países del Sahel. Con respecto al primero, tanto los marroquíes como los ciudadanos de los países aludidos llevan 7 años consumiendo mas ruido que nueces, hasta el punto de padecer contaminación acústica por la cantidad de decibelios absorbidos sin nada a cambio.
La celebración del Foro de los Países Exportadores de Gas en Argel (GECF) y la adhesión de Mauritania y Senegal era una forma fina de sepultar el farol marroquí del Gasoducto Nigeria-Marruecos-España. Nigeria fue representada, en el evento, por su ministro del petróleo quien aprovechó la oportunidad para confirmar, una vez mas, el avance de los trabajos del gasoducto transahariano Nigeria-Argelia-Europa, un proyecto económicamente viable, con costes y plazos de realización razonables y política y socialmente articulador. En cambio, el farol marroquí es costoso, económicamente inviable, política y socialmente problemático y pretende legitimar la ocupación ilegal y el saqueo de los recursos naturales de un estado, miembro de la Unión Africana, y un territorio pendiente de descolonización, la República Árabe Saharaui Democrática.
Si el gasoducto Lagos-Takoradi (Ghana), con el cual Marruecos pretende conectar su proyecto imaginario, siempre ha experimentado tantas dificultades técnicas y financieras, uno puede imaginar la suerte que correría el quimérico plan de Mohamed VI.
En cuanto al, no menos ridículo, disparate de un corredor hacia el Atlántico, para supuestamente “desenclavar” a los países del Sahel, no deja de ser otro hazmerreír del sátrapa Mohamed VI. Al parecer, este último todavía no se ha enterado que los países, a los que se refiere, llevan lustros utilizando las instalaciones portuarias del África Occidental como los puertos de Tema en Ghana, Cotonou en Benín, Dakar en Senegal, Abidjan en Cote D’Ivoire o Conakri en Guinea. Ni siquiera han tenido necesidad de recurrir al puerto de Nuakchot.
Con estos malabarismos infantiles, Marruecos piensa que puede legitimar su ocupación ilegal del Sahara Occidental. Pues le sería más fácil desplazar el Océano Atlántico hacia el Sahel que abrir el susodicho corredor.
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