En los últimos años, el Atlántico noroccidental africano —la franja marítima comprendida entre Canarias, Marruecos y el Sáhara Occidental ocupado— se ha consolidado como uno de los corredores estratégicos más sensibles del hemisferio occidental. Lo que antaño era un espacio periférico, hoy concentra intereses militares, energéticos y geopolíticos que se superponen sobre un territorio que continúa, jurídicamente, en proceso de descolonización. En este contexto, cada movimiento militar adquiere una lectura más amplia que trasciende la rutina operativa.

La reciente salida de un bombardero estratégico estadounidense B-52H desde la Base Aérea de Morón, en el sur de España, para un vuelo de largo alcance que lo situó en las proximidades atlánticas del Sáhara Occidental, ilustra esta dinámica. Aunque la misión forma parte de los habituales despliegues de la “Bomber Task Force” de la Fuerza Aérea de EE. UU., su trayectoria—pasando por las Islas Canarias y operando en un corredor donde confluyen intereses de la OTAN, Marruecos y la potencia administradora de facto—refleja un cambio estructural: la creciente militarización de un espacio donde la legalidad internacional sigue claramente definida, pero políticamente contestada.
El Atlántico sahariano es hoy un punto de fricción geopolítica. Marruecos ha intensificado su presencia militar en el litoral del territorio ocupado, impulsando además proyectos energéticos e infraestructuras portuarias que pretenden normalizar una soberanía no reconocida por la ONU. Paralelamente, potencias globales y actores de la OTAN utilizan el corredor atlántico para ejercicios navales, patrullas aéreas estratégicas y maniobras de preparación en escenarios de “alta intensidad”. A ello se suma la importancia creciente de las rutas marítimas que conectan África occidental con Europa y América, atravesadas por cables submarinos, recursos fósiles y áreas potenciales para energías renovables.
Un bombardero B-52 de EE. UU. surca el cielo del Sáhara Occidental y despliega poder aéreo