Por Ana Stella
El 7 de octubre de 2025 se cumplieron dos años desde que Israel desató su guerra total contra la Franja de Gaza, un conflicto que no solo devastó el enclave palestino sino que expuso la quiebra ética y política de un orden internacional que permitió —y financió— una masacre prolongada.
Lo que Israel presentó como una ofensiva “antiterrorista” se transformó rápidamente en una guerra de exterminio contra una población civil atrapada. Las cifras son inequívocas: barrios arrasados, hospitales bombardeados, periodistas y personal médico asesinados. The Guardian documentó al menos 18.457 niños palestinos muertos hasta julio de 2025, sin contar los desaparecidos bajo los escombros ni las víctimas indirectas de hambre y enfermedad. El objetivo dejó de ser militar: se trató de destruir el tejido social de Gaza.
El esfuerzo bélico israelí se sostuvo gracias al apoyo incondicional de Estados Unidos y de varios gobiernos europeos. En dos años, Washington transfirió más de 21.700 millones de dólares en ayuda militar directa: misiles guiados, bombas de racimo, sistemas de comunicación y mantenimiento de cazas F-35. Sin esa línea de suministro, el ejército israelí habría colapsado logísticamente. La guerra se convirtió así en una empresa multinacional de destrucción subvencionada.
La implicación europea fue menos visible pero igualmente determinante: el silencio diplomático y la compra continua de tecnología de defensa israelí blindaron la impunidad de Tel Aviv. Ningún país occidental ha promovido sanciones, embargos ni investigaciones penales equivalentes a las que aplican en otros conflictos.
Propaganda y desinformación
Israel complementó su ofensiva militar con una guerra mediática sin precedentes, centrada en deshumanizar a los palestinos y criminalizar cualquier disidencia. Desde el relato inicial sobre “bebés decapitados” —nunca verificado— hasta la censura sistemática de imágenes de víctimas, el control narrativo buscó justificar la violencia ilimitada.
A la par, think tanks y medios afines difundieron la amenaza de un “Irán nuclear inminente” para ampliar la cobertura ideológica del conflicto. Sin embargo, los misiles iraníes demostrados no superan los 2.500 km de alcance, una distancia insuficiente para alcanzar territorio estadounidense. La exageración deliberada sirvió para mantener la maquinaria de guerra activa.
La pantomima de las flotillas y el teatro humanitario
Uno de los episodios más grotescos del conflicto ha sido la farsa de las flotillas humanitarias organizadas por gobiernos y ONG occidentales. Barcos anunciados con solemnidad, llenos de cámaras, celebridades y periodistas, zarpan entre discursos sobre “ayuda y esperanza”, pero nunca llegan a su destino.
Desde 2024, más de una docena de flotillas fueron interceptadas, desviadas o “autocanceladas” en alta mar, siempre bajo el mismo guion: declaraciones de condena, fotos en cubierta, lágrimas televisadas y silencio final. Los cargamentos se reducen a cajas simbólicas de medicinas o alimentos que nunca entran en Gaza. La ayuda real, cuando llega, lo hace por canales israelíes bajo control militar.
El espectáculo es perfecto: Israel aparenta permitir “ayuda humanitaria supervisada”, los gobiernos occidentales fingen preocupación, y las organizaciones internacionales simulan actuar. Todo queda registrado en vídeos y comunicados, pero ningún palestino come ni se cura gracias a esas flotillas. Son escenografías para lavar conciencias y distraer a la opinión pública mientras continúa el bloqueo.
El colapso moral y la fragmentación política
El asedio de Gaza arrastró también a la política israelí. El gobierno de Netanyahu, sostenido por coaliciones mesiánicas, utilizó el miedo para consolidar poder interno, mientras sectores liberales quedaron desacreditados por su pasividad ante los crímenes de guerra. En paralelo, Hamás sobrevivió al intento de aniquilación y reapareció como actor negociador en las conversaciones de Sharm el-Sheij, donde Israel se vio forzado a tratar directamente con sus representantes.
El conflicto desencadenó una reconfiguración regional: la caída del régimen sirio, el auge de los hutíes en Yemen y la consolidación del eje de resistencia (Irán, Líbano, Irak, Palestina) marcan el fin de la hegemonía militar israelí. La narrativa de “seguridad” que sustentó décadas de ocupación y colonización ha perdido credibilidad incluso dentro de la propia sociedad israelí.
Dos años después, Gaza es un campo de ruinas, pero también el símbolo de un cambio de era. Israel ha ganado terreno militar y perdido legitimidad moral. La complicidad de sus aliados occidentales erosiona cualquier discurso sobre derechos humanos.
Las flotillas del absurdo, los comunicados diplomáticos y las cumbres sin contenido son el teatro de un sistema que prefiere simular compasión antes que asumir responsabilidades. Todo se reduce a gestos vacíos, hashtags y declaraciones que disimulan la continuidad del crimen.
Para quienes se preguntan por qué debería limitarme a quedarme en México y no mirar más allá:
El sistema no se sostiene con tanques ni misiles. Se sostiene con la trampa de hacernos creer que nuestras causas son solo nacionales, que unas vidas valen más que otras y que las… pic.twitter.com/8oX3GvuMLG
— Arlin Medrano (@arlinmedrano_) September 8, 2025