Por Ana Stella (@anaqtella)
Madrid (ECS).- La actual guerra entre Irán e Israel ha servido para desenmascarar alianzas, exponer hipocresías y confirmar lo que muchos analistas venían denunciando desde hace años: Marruecos, lejos de ser un actor neutral o moderado, se ha convertido en una extensión operativa del sionismo en el norte de África. Y esa colaboración ya no se limita a lo diplomático, sino que involucra inteligencia, entrenamiento y despliegue militar conjunto.
La filtración de un documento confidencial fechado el 20 de junio de 2025, atribuido a la Oficina de Enlace de Marrrocos en Tel Aviv, confirma la muerte de dos oficiales marroquíes y las heridas graves de un tercero tras un bombardeo iraní contra la base militar israelí de Merom. El documento, clasificado como «SECRETO«, ha sido difundido por canales de resistencia y periodistas independientes, y aporta datos concretos sobre la presencia de personal marroquí en instalaciones vinculadas a la Unidad 8200 israelí, conocida por sus operaciones de guerra cibernética, vigilancia de la resistencia y participación directa en ataques a Gaza, Siria y Líbano.
El documento menciona expresamente la muerte del capitán Mehdi Jenour y del mayor Jamal Idriss, así como las heridas graves del teniente Noureddine Tazi, hospitalizado en Haifa. La base Merom está identificada como centro de operación de drones, espionaje de señales, escucha de comunicaciones y ataques contra Hezbollah y otras fuerzas de la resistencia. El documento establece que los oficiales marroquíes participaban en «formación conjunta» con las FDI, sin especificar el tipo de tareas. Fuentes cercanas indican que su rol se insertaba en actividades de inteligencia ofensiva.
Esto echa por tierra años de propaganda lanzada desde Rabat y replicada por sus aliados mediáticos. Marruecos ha sostenido, desde la firma de los Acuerdos de Abraham, una narrativa sistemática de difamación contra Irán, el Frente Polisario y Argelia. Acusó sin pruebas a Teherán de armar a la resistencia saharaui, vinculó a Hezbollah con el Magreb y calificó a Argelia de base del «extremismo chiíta».
El think tank estadounidense The Heritage Foundation, vinculado a la administración Trump, llegó a publicar un documento en 2021 celebrando el papel de Marruecos como socio estratégico de Israel en el Magreb, y defendiendo su papel en la lucha contra el «terrorismo pro-iraní». Hoy ese discurso se ha revelado como un inversión cínica de la realidad: Marruecos y sus aliados del Golfo han sido los principales financiadores de grupos armados en el Sahel, Libia y Siria, mientras acusaban a otros de lo que ellos mismos promovían.
A ello se suman una serie de artículos publicados en medios estadounidenses, como National Interest, The Hill y Real Clear Politics, firmados por asesores y figuras cercanas al entorno de Donald Trump, que han repetido incansablemente la narrativa de que el Frente Polisario representa una «amenaza para la estabilidad regional» o que es un «actor respaldado por Irán». Todos estos textos han servido de justificación ideológica para la decisión de Trump de reconocer la supuesta «marroquinidad del Sáhara Occidental» en 2020, a cambio de la normalización de relaciones entre Marruecos e Israel.
Estos discursos, circulan como parte del arsenal propagandístico de Rabat en Washington y Bruselas, y han sido adoptados por lobbies vinculados al complejo militar-industrial estadounidense y a los intereses de Tel Aviv en África del Norte.
Marruecos e Israel; un proyecto común de ocupación y expansión contra el orden internacional