¿Qué tan bajo puede caer un régimen para sostener una ocupación? Marruecos acaba de dar la respuesta.
Por Ahmed Omar
En un acto de humillación geopolítica sin precedentes, el ministro de Asuntos Exteriores de Marruecos, Nasser Bourita, aterrizó en Washington al mismo tiempo que Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel y rostro visible del genocidio en Gaza. Pero Bourita no fue allí por Palestina. Fue allí por el Sáhara Occidental. Y lo hizo, paradójicamente, usando el sufrimiento palestino como moneda de cambio para reforzar la ocupación de otro pueblo.
Es la cima de la bajeza moral
Un régimen que pacta con el verdugo para asegurar su propio crimen colonial.
Una diplomacia que apesta a desesperación
Bourita no buscaba un diálogo. Buscaba una repetición de la transacción del 2020: “yo normalizo con Israel, tú me regalas el Sáhara”. Pero ya no hay cartas nuevas que jugar.
El comunicado emitido tras su encuentro con el nuevo secretario de Estado fue un baño de agua fría. Lejos de ofrecer una reafirmación del reconocimiento unilateral de 2020, Washington se limitó a repetir lo ya dicho, pero esta vez con una cláusula que lo vacía de sustancia: cualquier solución, incluida la supuesta “autonomía”, debe surgir de una negociación entre las partes. Es decir, no hay respaldo incondicional, no hay compromiso renovado, no hay victoria diplomática.
El texto no reconoce soberanía, no alude al reconocimiento anterior como marco vigente, y apenas menciona la propuesta marroquí como una opción “seria, creíble y realista” —una fórmula ambigua que ha sido usada durante años sin ninguna consecuencia práctica. En otras palabras, el régimen marroquí vino a Washington a exigir una ratificación, y volvió con una reinterpretación diluida.
La supuesta autonomía ya no es presentada como una solución válida por sí misma, sino como una posibilidad condicionada. Condicionada a la aceptación de un pueblo que lleva décadas resistiendo, y que jamás ha sido consultado. Esa es la derrota silenciosa de Bourita: no solo no ganó nada, sino que el poco respaldo simbólico que obtuvo vino atado con cadenas.
EEUU dice ahora que la autonomía marroquí para el Sáhara Occidental es la única solución “factible”
Su fracaso no es solo diplomático. Es histórico. Ha quedado como un peón despreciable en una partida donde ya nadie cree en sus cartas.
Del chantaje a la traición absoluta
¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el régimen marroquí para mantener su ocupación del Sáhara Occidental? Ya sobornó al Parlamento Europeo. Ya hackeó teléfonos de jefes de Estado con Pegasus. Ya vendió su alma a Israel. Y ahora —con la sangre de miles de niños palestinos aún tibia sobre la arena de Gaza— pretende utilizar esa masacre como legitimidad para su propia expansión colonial.
La traición a la causa palestina no es una acusación ideológica. Es un hecho. Marruecos, país «árabe», «musulmán», «africano», decidió abrazar al carnicero de Gaza en plena ejecución del crimen del siglo. No por necesidad. No por estrategia. Por codicia territorial. Por hambre de un poder que no le pertenece.
Un régimen que hipoteca su propio pueblo
En su obsesión por el Sáhara Occidental, Marruecos ha vendido todo: su reputación internacional, su soberanía diplomática, su voz en el mundo. Y lo ha hecho a costa de su propio pueblo. Hoy en día, los marroquíes son expulsados de sus casas en nombre de “proyectos estratégicos” que sirven a intereses extranjeros. Se callan sus bocas por miedo, se pudren sus voces en cárceles, y se empuja a toda una nación al abismo de la servidumbre política.
No es el Sáhara el que devora a Marruecos. Es el régimen marroquí el que devora a Marruecos por el Sáhara.